(Escribe: José Pisconte Ramos [1]). Se tratará de un aprendizaje constante para manejar el miedo, pues si este se apodera de nosotros, perderemos la confianza en el colega, en el vecino, en la familia, en el servicio de salud público.
Fuente de la imagen: abc.net.au/news
Salir de casa cuando se levante la cuarentena será toda una odisea. En los paraderos procuraré no rozar ni chocar con nadie. ¿Cómo me sujetaré en el bus?, tendré que aprender a hacer equilibrio. La alternativa son los guantes, además de la mascarilla. Por lo menos necesitaré veinte juegos de guantes para todo el mes y mejor no hago cuentas con las mascarillas. ¿Qué pasará si me gana el impulso de estornudar?, se alejarán de mí. Y si es que alguien próximo a mí estornuda y no cubre bien su rostro, ¿le pediré que se baje? Estaré con la angustia de esperar quince días para ver si se manifiesta algún síntoma del temible COVID-19.
Los ascensores: si respeto el metro y medio será una serpiente humana gigante, pero de nada servirá si al subir voy apiñado entre otras nueve personas. Adiós a la clásica conversación en ascensores, entre vecinos, al saludo con apretón de manos o con beso, mejor boca cerrada: en boca cerrada no entra ni sale COVID-19. Solo levantaré la mano y haré una reverencia.
Lo que más me inquieta son las reuniones. Mi cuerpo estará presente pero mi mente “volará” pensando si alguien está contagiado o si seré yo el que contagiará a alguien más. ¿Adiós a la mesa para cuatro? Mientras nos sirvan comeré seguramente en silencio para evitar que se escape una microgotita de saliva, pensaré en la persona que preparó los alimentos o en la persona que usó la mesa antes. Adiós también al pan con palta, con huevo o con lomito de la esquina. Pero si todos llegamos a ese punto... Bienvenido desempleo.
Ya en casa, dejaré los zapatos en la entrada y los desinfectaré. Desecharé la mascarilla y los guantes. Correré hacia la ducha y tomaré un baño. Al día siguiente la misma rutina. Qué agotador...
Más allá de que esto sea una realidad, se tratará de un aprendizaje constante para manejar el miedo, pues si este se apodera de nosotros, perderemos la confianza en el colega, en el vecino, en la familia, en el servicio de salud público. Se tratará de optar entre el aislamiento y la solidaridad, optar entre el individualismo, el egoísmo, la estrechez y la empatía, la confianza y la reciprocidad, si queremos mantener la vida en comunidad. Optar por una solidaridad con mascarilla pero sin máscaras.
[1] José Pisconte Ramos es Magíster en Investigación Participativa para el Desarrollo Local. Cuenta además con una Maestría en Administración Pública y una candidatura a Doctor en Administración. Es especialista en gerencia pública y desarrollo territorial.
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