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Otra educación, cada vez más necesaria para la vida

Escribe: Elizabeth Salcedo [1]


En pleno siglo XXI, en América Latina, en medio de una creciente desigualdad social, acentuada por los efectos de la pandemia, se reproducen nuevas y complejas problemáticas sociales, territoriales y ambientales, que demandan de aprendizajes diferentes para la vida. ¿Quiénes responden a esta demanda?


Aunque la educación básica, técnica y superior, ha intentado en estos años dar algunas respuestas; sin lugar a duda, gran parte de los conocimientos y destrezas que permiten a las personas enfrentar complejas situaciones de su diario vivir, se construyen y complementan desde otros espacios del ecosistema educativo.


Los aprendizajes que se demandan en la actualidad han rebasado los límites de la educación formal, afirmando nuevos y viejos espacios de intervención educativas, cada vez más híbridos, y promovidos mayormente desde la sociedad, aunque también el Estado ha sido participe de importantes iniciativas. Esta “otra educación” en AL ha adoptado diversas denominaciones según la influencia de la cultura educativa predominante en cada espacio territorial (educación para el desarrollo, educación popular, educación comunitaria, pedagogía social, desarrollo de capacidades, educación social)


En este articulo la denominamos “educación social y comunitaria”, otra educación que cobra vida propia en cada contexto territorial y que definimos como un campo de actuación educativa que facilita aprendizajes para la vida y la resolución de diversas problemáticas sociales, territoriales y ambientales. Opera en un campo de intervención intersectorial, amplio, diverso, y trasversal a las políticas, programas, proyectos y actividades de interés público; recupera la cultura y saberes locales y construye sujetos sociales.


Esta educación dispone de un inmenso y diverso capital existente, como experiencia desarrollada en los últimos 40 años, bajo diversas denominaciones y trayectorias y como reciente campo de especialización y de profesionalización en algunos países de Latinoamérica[2]. No obstante, aún carece de un vínculo identitario común, y de una construcción conceptual consensuada. Por ello resulta necesario recuperar, valorar, avanzar en su reconocimiento, y fortalecimiento, como campo estratégico de resiliencia ante la crisis y como medio de transformación social, económica, cultural y ambiental; como vía para reducir brechas sociales y reducir cifras de aquellas poblaciones que siguen quedando “atrás” pese a las políticas de desarrollo.

En el Perú, territorio desde el cual escribimos estas líneas, la educación social forma para la ciudadanía, para el cuidado del ambiente, para prevenir y enfrentar situaciones de riesgo, para reducir las vulnerabilidades sociales, para conocer y ejercer derechos, para superar la pobreza, para insertarse al mundo laboral, para mejorar los cuidados de las personas a lo largo de la vida, para prevenir y reducir la violencia, para equilibrar las emociones, para el juego y la recreación, entre otros espacios de actuación. Esta otra educación, permite a las personas acceder a una formación continua ante las diferentes necesidades de la vida.


Es una educación multidisciplinar, que atiende la multidimensionalidad de la persona humana y que responde a las necesidades derivadas de sus diversos “funcionamientos” (Sen 1999) para la vida.


Por diversas razones esta educación se asume comunitaria. Porque parte de las necesidades de un sujeto colectivo, porque muchas de sus intervenciones se gestan desde o con la comunidad local. Es comunitaria porque recupera, adopta o dialoga con la cultura del sujeto colectivo; porque moviliza relaciones y redes del entorno local. Es “comunitaria”[3] porque intenta recuperar y valorar formas de aprender y de saber de las propias comunidades y sus generaciones precedentes.


La educación social y comunitaria, en varios contextos territoriales latinoamericanos es aún “la otra educación”, aquella carente de una identidad propia, diversa en cuanto a su origen cultural, pero presente y necesaria para la vida de muchas poblaciones que demandan derechos, inclusión y oportunidades de desarrollo.



[1] Elizabeth Salcedo es Trabajadora Social, Doctora en Educación. Docente de postgrado, en Temas de Educación y Desarrollo

[2] Son claros los avances en la profesionalización de la educación social en Colombia, Uruguay, México Brasil, Argentina; experiencias que ameritan una nota aparte.


[3] Es importante señalar que la educación comunitaria, en el contexto peruano, ha sido reconocida por el Ministerio de Educación y gracias a su amplia definición constituye el gran paraguas que alberga a esta “otra educación”. Sus lineamientos pueden consultarse en el siguiente link https://www.gob.pe/institucion/minedu/normas-legales/211630-571-2018-


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